martes, 6 de abril de 2010

Corrupción: el peor de los virus

Desgraciadamente, casi se va volviendo algo diario que se desenmascare un nuevo caso de corrupción. Eso no quiere decir que haya más, que puede, sino sencillamente que se encuentran más. Podría incluso ser algo bueno que haya tantos casos de corrupción en los medios, para que ninguno quede impune del juicio público que representan los medios, a pesar de que muchas veces éste no se base en ningún tipo de Estado de Derecho.

Me parece triste, muy triste, quizás lo más triste que una persona puede hacer, el mero hecho de pasársele por la cabeza la posibilidad de aprovecharse de aquello que es de todos los ciudadanos para su propio beneficio. Y si eso se ha extendido, gran parte de culpa procede de nosotros mismos. Básicamente porque lo hemos tolerado, e incluso promovido, tanto como inconsciente como conscientemente. Todos sabemos de alguien que hace un pequeño "menudeo", paladea ligeramente con pequeños sorbos el néctar adictivo que representa algo tan tentador como la codicia basada en la desdicha de los demás, en la manipulación de las herramientas creadas para el bien del pueblo para su propio beneficio. Esas personas quedan social o culturalmente impunes, e incluso son vanagloriadas o envidiadas por otros por la facilidad en la que han conseguido poder alardear de gran casa, gran coche y gran operación de pechos con un mero acto de talonario.

Debemos luchar contra ello. Nuestra sociedad nunca será capaz de florecer si nos quedamos en la barrera como meros espectadores, quejándonos de aquellos que controlan el ruedo sin ser capaces de pararles los pies más que haciendo el estúpido castigo que representa la pérdida de elecciones, o como mucho, en algunos casos afortunados, una mera prisión, pero ya con los hechos consumados. Sin ser capaces de prevenirlo, no conseguimos nada. Debemos ser fuertes, luchar, exigir medidas de control más eficientes, acciones de asociacionismo civil vigilante. Debemos reforzar el cuarto y más importante poder del Estado: la ciudadanía.

Es hora de plantar cara a unos y a otros. De movilizar nuestro poderío contra la desmesura. Si no confias en los políticos, ¿por qué entonces no haces nada que indique esa desconfianza? Porque el dejarles que hagan lo que quieran, es un síntoma de confianza, y así no vamos a ninguna parte.

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