jueves, 4 de octubre de 2012

Erasmus

Cuando Schumman y Monnet en los años 50 comenzaron a idear una comunidad europea, pensaban en términos pragmáticos y claramente realistas. Tenían que empezar por lo que pudiera evitar una nueva guerra entre Francia y Alemania. Y pensaron en una gestión supranacional del carbón y el acero, principales recursos para desarrollar una guerra en ese momento. Solo treinta años después, el europeísmo había comenzado a dar sus frutos con una generación política con visiones de futuro. Seguían siendo unos pragmáticos, pero su propósito ya no era únicamente evitar posibles guerras fraticidas, sino consolidar una Europa como identidad. Europa debía ser algo más que una mera estrategia a corto plazo para que las naciones estuvieran en paz. Europa debía ser un ejemplo, un modelo que demostraría al resto el mundo que los nacionalismos excluyentes son un cáncer, y que las utopías hacia la kantiana paz perpetua se podría consolidar.

Como resultado de ello, pensaron en la necesidad de unificar a los futuros líderes, empresarios, investigadores, profesionales liberales, en un ideario común. Atacar a los miedos más arraigados a lo desconocido favoreciendo que los jóvenes en formación conozcan en profundidad a gentes de sus países hermanos, y demostrar que son gentes con las mismas inquietudes, problemas, sueños. Que los esteoritipos se cumplen de manera parcial como mucho, y que era necesario romper muchos tabúes. Ese plan, ese proyecto, se llamó Erasmus. Y ha sido el principal catalizador del europeísmo. Mucho más que el euro, los Tratados, las Directivas o la Comisión Europea. Demostró algo que muchos teóricos han dicho desde siempre: que las cosas se cambian más deprisa si se empieza por debajo. 

Que dejen sin fondos a las Becas Erasmus demuestra la ausencia de europeísmo y de miras al futuro de nuestros gobernantes europeos. Demuestra la poca importancia que le dan al estudio comparado de las cosas. Porque el Erasmus es, sobre todo, una manera de romper barreras, comparando cómo funcionan otros sitios, para ser consciente de los defectos y logros de tu tierra. No interesa tener una ciudadanía crítica. Hoy las instituciones comunitarias no están aquí para saciar las inquietudes de la generación mejor formada de la historia de Europa, sino para los ya anquilosados jerifaltes escondidos tras poderosas redes de poder, llamadas "mercados", que por desgracia tienen tanto poder que han enmudecido al peligroso Parlamento Europeo, han esclavizado a la dócil Comisión Europea, y han restablecido la jerarquía de poder de estados dentro de Europa. Se ha regresado a la visión realista, pragmática de los orígenes de Europa, pero esta vez sin pensar en evitar guerras, sino en evitar las pérdidas de los "mercados".

Las instituciones comunitarias tienen dos posibles caminos a seguir: el camino social, ciudadano, democrático europeísta de las becas Erasmus, o el camino demasiado eficiente, mecanizado, burocratizado que está tomando últimamente, sometido por deseos e intereses que poco tienen que ver con Europa y lo que representa.